Señor, hazme instrumento de tu paz.
Que donde haya odio, ponga yo amor;
donde haya ofensa, perdón;
donde haya discordia, armonía;
donde haya error, verdad;
donde haya duda, fe;
donde desesperación, esperanza;
donde haya tinieblas, ponga yo luz.
y donde haya tristeza, alegría.
Oh Señor,
que no me empeñe tanto en ser consolado, como en consolar,
en ser comprendido, como en comprender,
en ser amado, como en amar.
Porque dando (y dándoSE), se recibe
(la recompensa es mucho mayor que el ‘sacrificio’),
olvidándose de sí mismo (Ego, etc.) uno se encuentra a sí mismo (tu YO más auténtico, no la máscara/armadura que te has acabado creando),
perdonando se es perdonado (el perdón no es algo que el que perdona, desde más arriba del perdonado, conceda porque es «bueno» o «generoso»: hay que perdonar de igual a igual desde el amor humilde)
y muriendo a sí mismo (lo de «olvidarse de uno mismo» pero ‘a tope’) se resucita a la vida eterna.
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